Muchos han sido los fenómenos de moda (series, películas, grupos de música…) que han desencadenado el furor entre nosotros, pobres e ingenuos consumidores, haciéndonos adquirir compulsivamente cualquier tipo de novedad, merchandising o tontería de turno que saliera a la venta. Dragon Ball, Saint Seiya, Star Wars, El Señor de Los Anillos, LOST o la multitud de “estrellas musicales” actuales de dudosa calidad que mueven masas multitudinarias (Tokio Hotel, Hannah Montana…) son ejemplos de lo que me estoy refiriendo. Todos suelen seguir el mismo patrón: experimentan un auge impresionante en cierto momento, en el cual todo el mundo, sea o no fan de la novedad en cuestión, se vuelve loco por ella y se vive una especie de “fiebre” que suele durar de unos pocos meses a un par de años y, transcurrido ese tiempo, se pierde gran parte de la legión de admiradores “casuales”, quedando solo los más fieles y verdaderos amantes del suceso o simplemente no quedando nadie. De todas estas fiebres obsesivas y pasajeras la que más he vivido de cerca y a la cual me voy a referir en los párrafos siguientes es lo que muchos medios bautizaron como “Fiebre Pokémon”.
La fiebre amarilla
En su primer año de venta ya colocó 4 millones de copias solo en Japón. La idea deSatoshi Taijiri estaba saliéndole más que rentable a Nintendo. En 1997 se empieza a trabajar en un anime que siguiera a grandes rasgos los pasos dados por el protagonista de la aventura virtual. De este modo la saga, con anime acompañado, da el salto a occidente, en 1998 a EE.UU. y en 1999 a Europa. Todos sabemos lo que pasó: éxito instantáneo. Pero a partir de aquí, y vistas ya las circunstancias y virtudes que llevaron a esta obra a lo más alto, pasaré a la que era mi intención inicial: centrar el artículo en lo que supuso el fenómeno Pokémon en España.
Mi nombre es Ash Ketchum, y soy de Pueblo Paleta
Pokémon consiguió en aquella época algo muy difícil y que aún hoy Nintendo trata de alcanzar: aunar en un mismo videojuego a los jugadores “casual” y a los “hardcore”. Todo el mundo adoraba a Pikachu. Muchos son los casos de gente que no tenía la más mínima intención de comprarse una Game Boy y lo hicieron solo por estos juegos, y muchos más eran los casos de gente que nunca había jugado a una consola y Pokémon despertó sus ansias. Del mismo modo los “hardcore gamers” de la época encontraron en “rojo” y “azul” una propuesta original y divertida a la que dedicar horas y horas. Este éxito instantáneo trajo consigo el pertinente bombardeo de merchandising. A continuación paso a nombrar lo que más destacó en nuestro país:
- Tazos: ¿Quién no ha tenido alguno? Los regalaban con las bolsas de Matutano y, como en los juegos, nos proponían hacernos con todos (ya fuera intercambiándolos o retando a nuestros amigos).
- Cromos: Ese mítico álbum rojo con Pikachu y Ash en la portada. Al igual que los tazos y como si de una Pokédex se tratara nos retaba a coleccionar y pegar en su interior todos las especies existentes. Además algunos brillaban de una forma muy molona.
- Figuritas de Pokemon: Las típicas figuras de plástico para jugar con ellas o las más detalladas y caras para coleccionistas.
- Trading Card Game: Juego de cartas basado en el sistema de debilidades de los videojuegos que tuvo también su versión para Game Boy.
- Además de todo esto era muy fácil toparse con multitud de imitaciones: desde camisetas cutres del mercado con un Ash medio desfigurado en el pecho hasta falsos tamagotchis con un Pikachu dentro. Todo era posible.
Antes no se era “friki” por jugar a Pokémon (aunque también es cierto que tampoco se usaba esta palabra), sino que era lo más normal del mundo. Seguramente tu compañero ligón y guaperas de facultad, el que ahora dice que los videojuegos son para niños, se pasaba las horas pegado a su Game Boy lanzando ultraballs a Mewtwo. Esto fue así durante la primera (Rojo, Azul y Amarillo) y segunda (Oro, Plata y Cristal) generación, pero poco a poco la saga fue considerándose algo más infantil y, como he dicho antes, “friki”, perdiendo fuelle a medida que nuevos títulos eran lanzados al mercado.
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